UN AÑO ATRÁS
El Instituto de Neurociencias era un sanatorio psiquiátrico privado, que funcionaba gracias al apoyo económico de empresas y personas de buena voluntad. Ahí se brindaban los mejores servicios en salud mental de la región y todo psiquiatra que se precie tenía como meta ir a trabajar en su internado.
La institución creada a mediados del siglo pasado, era manejada por una fundación con fines benéficos y funcionaba en la que había sido en otros tiempos la casa solariega de una acaudalada familia.Su generosa donación, permitió sentar las bases de lo que luego sería la institución de salud mental más destacada del país. La sede se hallaba rodeada de jardines y parques en medio de una extensa propiedad, que ahora quedaba prácticamente en el centro de la ciudad y era el escenario vital donde un equipo de los más destacados psiquiatras y sicólogos se encargaba de atender tanto a los ciento veinte pacientes internos, como al centenar de consultas externas que se realizaban a diario.
Uno de esos sacrificados profesionales de las neurociencias era Segismundo Neurastenia.
La dedicación, la vocación y un profundo amor al prójimo heredados de su abuelo materno, encaminaron a este Doctor en Psiquiatría a trabajar en el Instituto, brindando ayuda médica para sus problemas de salud mental a parroquianos de todas las clases sociales.
Siempre se distinguió de los demás psicólogos y psiquiatras por su afán de superación, laamplitud de criterio, la vastedad de conocimientos y el profesionalismo que demostraba en su sacrificada tarea, lo que le valió el reconocimiento de su gremio y de la comunidad en general.
Su vida estaba centrada exclusivamente en el sanatorio. Entre las consultas externas y los pacientes fijos que tenía, el resto de su tiempo lo dedicaba a la investigación y al estudio de una ciencia que progresaba día a día, pero que igual encontraba a diario nuevas disfunciones cerebrales causadas por la modernidad y la tecnología.
De contextura delgada; ectomorfo para ser más exactos, alto, muy alto, su figura era parte del paisaje en el Instituto. Su cabeza alargada rematada por una lacia cabellera negra, pintaba sus primeras canas. Sobre el puente de una nariz estrecha y larga descansaban unos anteojos bifocales sobre los cuales se extendía su mirada hacia el infinito, buscando siempre lo que se encontraba más allá, lo recóndito, lo intangible. Siempre activo, era fácil distinguirlo en su bata blanca caminando por los pasillos con su carpeta de notas en la mano mientras visita a sus pacientes. Todos los días.
…
Pero con el pasar del tiempo, el trabajo rutinario y la falta de otras metas u objetivos en la vida, esa labor altruista que eralo más importante que había pasado en su vida,se estaba volviendo aburrida para el doctor Neurastenia. Se había graduado con honores (así dicen todos los currículos) en la Facultad de Psicología de la Pontificia Universidad Católica; y su mentor y profesor de Psicología Aplicada lo había llevado al día siguiente a trabajar en el Instituto. Ahí lo conocían muy bien, pues desde hace tres años realizaba sus prácticas pre-profesionales bajo la tutela de su maestro.
Siempre fue un alumno distinguido, inteligente, responsable y con altos valores humanitarios. La total dedicación a la profesión le robó incluso su vida privada por lo que nunca se le conoció un romance, una pareja o un hogar. Su vida estaba dedicada a los pacientes y su labor era reconocida en el Instituto y en las organizaciones relacionadas con la psiquiatría.
Pero el tiempo vuela y ya llevaba veintisiete años ejerciendo como facultativo de este centro psiquiátrico y al llegar a la tercera edad había decidido jubilarse para dedicarse a cualquier otra actividad. Había presentado su solicitud de jubilación en dos oportunidades y ambas veces se lo habían negado aduciendo la incapacidad profesional de los posibles reemplazantes.
El Director le había explicado que sus conocimientos eran muy importantes para la Institución y que harían todo lo posible para mantenerlo con ellos. Pese a sus insistencias, estaba encadenado al sanatorio y le iba a costar mucho el obtener su libertad.
No le quedaba más que ingeniarse alguna manera de romper las reglas para que al fin el Director proceda a despedirlo.Pero tenía que hacerlo de tal manera que no afecte su brillante historia laboral ni su jugosa pensión de retiro, porque tampoco era para echar por la borda el esfuerzo de toda la vida.